GRAN APU ACONCAGUA

El valle, el río y el gran Apu Aconcagua en una sola perspectiva, en un cuadro inigualable. El Apu nos mira, sereno y grave, con una paz y una sabiduría que le pertenecen desde el origen de los tiempos. Él lo observa todo y lo sabe todo.

El Aconcagua es el Apu mayor de América. Y desde Ocoa se observa como en ninguna otra parte del territorio chileno. También se ve desde la carretera, saliendo desde Santiago, y aparenta ser un padre inquisitor. Y desde Valparaíso, a lo lejos, en días de nitidez perfecta, como un curioso que quiere ver el mar.

Pero solo desde Ocoa el Gran Apu se muestra en todo su esplendor y sabiduría. Los cerros del valle se abren como en reverencia, como si de adrede el enmarque se hubiese hecho especial para él, como si el Aconcagua se hubiera hecho paso con los brazos abiertos para observarnos y cuidarnos.

Y el río es su espejo en la tierra baja, serpenteante y coqueto, verde y gris. La Panamericana lo cruza en la entrada noroeste de Ocoa… y es de esos puntos mágicos de  la carretera, sobrecogedores, en la que el carretero debe detenerse y simplemente mirar: hacia el sur el Apu Roble y la Apu La Campana: hacia el oeste, el valle y los cerros de Rabuco; hacia el norte, el gran Apu El Caqui; hacia el sureste, el APu El Reloj y La Calavera… Y hacia el este, el Padre Aconcagua. Tocando el cielo. Abrazándonos a todos. El cuadro fue hecho para remarcar su grandeza.

Si el día es brumoso, el Aconcagua se observa a lo lejos, en una suerte de meditación repentina. Pero si el viento del río se lleva la bruma -¡y qué vientos frescos se pueden sentir ahí donde carretera, río y valle se juntan!- y el cielo se pone transparente, el Aconcagua parece acercarse al toque de mano. Entonces sí, podemos estar un largo rato sobre el puente que cruza el río y mirar. Mirar al Gran Apu. Contagiarse un poco con su tranquila alegría.

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